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 Año XVI  nº XI - E

                                                                                        Marzo 2011

El buceo en las islas Maldivas III

 

Los barcos safari y el submarinismo en las Maldivas

Una de las mejores maneras de conocer las Maldivas es el barco-safari, barcos que esperan al turista en el aeropuerto y que, después del obligatorio cóctel de bienvenida, le llevan directamente a zonas alejadas de las islas hotel y a fondos de ensueño. Son naves bien equipadas, con camarotes de literas o camas dobles, según la embarcación, y con lavabo y ducha. Tampoco hay que olvidar la buena cocina a bordo y el buen humor de la tripulación. Aunque no tengan las amplias habitaciones de los hoteles, las embarcaciones de safari poseen una amplia cubierta, donde es muy agradable pasar el rato. Hay quien prefiere tomar el sol, mientras que otros prefieren la sombra, relajándose bajo el amplio toldo, donde la fresca brisa marina hace olvidar el calor tropical.

Es un tipo de enfocar las vacaciones a estas islas del Océano Índico muy diferente de la forma clásica de estar en una isla-hotel y por esta razón atrae a una clientela específica. En la isla-hotel hay un amplio bar y un restaurante donde se puede socializar con otros submarinistas, en cambio en el barco safari uno va viendo al mismo grupo de gente día tras día, lo cual puede ser ideal para grupos de amigos, pero difícil de aguantar para aquellos que necesiten bar y discoteca cada noche. Los barcos safari pueden emprender rumbo a lagunas idílicas, cerca de fondos poco visitados por los buceadores de las islas turísticas, porque quedan demasiado lejos del hotel. Se pueden hacer largas inmersiones de deriva, dejándose llevar por la corriente a puntos en los que la barca recoge al grupo, subir a cubierta e inmediatamente beberse una cerveza bajo el toldo.

Una vez la barca ha encontrado un buen fondeadero, se echa el ancla y el motor se para. Al caer el sol, hay una tranquilidad inmensa y unos colores majestuosos en la esfera celeste. Toda la escena es muchísimo más agradable si hay luna llena, pero si no hay podremos admirar la multitud de estrellas que cuajan el firmamento de las Maldivas.

La cena tiene lugar en cubierta, bajo el toldo, donde después de un café o té se cuentan historias. Viejas anécdotas interesantes vuelven a la memoria en una atmósfera misteriosa y serena, donde la única luz es un quinqué encima de la mesa. El barco anclado en la tranquila laguna está rodeado del silencio nocturno y las conversaciones se apagan poco a poco, reinando un inmenso espíritu de paz durante la larga noche tropical. Si se ha buceado mucho durante el día pronto llega el cansancio y la verdad es que se duerme muy bien arrullado por las suaves olas de la oscura laguna. 

Al día siguiente uno ya se siente aclimatado y después del desayuno se levan anclas y se cambia de lugar. En un par de horas el barco ya está en otra zona y se hace una inmersión en otro arrecife. Normalmente se llenan las botellas mientras se hacen las inmersiones o visitas a alguna isla cercana, ya que en el barco no hay manera de poner distancia entre el ruido de la bomba de aire y uno mismo. A la vuelta uno se ducha en cubierta, se seca y se pone a tomar el sol o se relaja bajo el toldo, entablando algo de conversación con la tripulación, que son normalmente maldivos, aunque a veces hay alguno de Sri Lanka. La tripulación se dedica a pescar en su tiempo libre y también mientras el barco viaja de un sitio a otro. Es normal que, siendo los maldivos expertos pescadores, en muy poco tiempo saquen un par de enormes peces del agua, con los cuales el cocinero preparará un curry de pescado para el almuerzo. Las comidas a bordo se agradecen muchísimo después de las inmersiones, ya que uno llega a cubierta cansado y hambriento.

Es importante que el tiempo acompañe. Muchos días seguidos de lluvia monzónica enclaustrado en un barco pueden dar una sensación de confinamiento difícil de soportar. Aparte de esto el sol tropical de Maldivas se agradece después de las inmersiones y si decide no mostrar su espléndida faz y el submarinista se encuentra con lluvia al subir al barco, la sensación de frío y humedad no son agradables. Todo se nota pegajoso, como las toallas y la ropa. Muchos incluso experimentan una sensación de frío, a pesar de que las temperaturas raramente descienden por debajo de los 25º C.  Eso sí, la lluvia va muy bien para quitarle la sal al equipo extendido en cubierta. Si uno quiere evitarse hacer un safari bajo la lluvia conviene pues consultar los pronósticos del tiempo para cada estación determinada antes de planear un safari submarinista en Maldivas.

Aparte de las inmersiones diarias, en un “Safari tour” siempre se visitan algunas isla desiertas, en las cuales los únicos habitantes son los cangrejos que corren por la blanca y fina arena delante de uno. En algunas ocasiones la tripulación prepara una barbacoa de pescado en la playa, iluminada por antorchas o una hoguera. Si alguien tiene una guitarra, mejor. Normalmente estas veladas se reservan para el último día, porque hay una norma que se sigue, que consiste en  no realizar inmersiones 24 horas antes de tomar el avión de vuelta a casa. El hecho es que, entre las inmersiones y la sensación de estar viviendo una aventura única, una semana así se pasa volando.

Esta forma tan agradable de hacer submarinismo de arrecife en arrecife y de atolón en atolón estuvo prácticamente ausente durante la primera fase del turismo en las Maldivas. Los primeros barcos específicamente dedicados al safari fueron construidos a principios de la década de los 80 por dos europeos afincados en las islas: Philippe, un francés de París y Ásim, un alemán que posteriormente acompañó a Thor Heyerdahl en su viajes por las Maldivas y que actualmente se dedica a comercializar las bombas de aire de una prestigiosa marca. Ambos llegaron a Maldivas en la década de los setenta y se casaron con mujeres locales. Philippe, alias “Muhammad Ali”, construyó su ‘Baraabaru’ hacia 1981 en la isla de Velidu y Ásim su “Shadas” un año después en la isla de Vashafaru, en el extremo norte del archipiélago. Eran barcos de madera construidos localmente. Tener lista la “cáscara” del barco no fue problema, los Maldivos son excelentes constructores de embarcaciones. Pero faltos de materiales adecuados para acondicionar el interior de forma aceptable para los turistas, estos pioneros necesitaron vencer muchos obstáculos para conseguir importar material de fuera y mucho ingenio para reducir los elevados costes. Exasperados, vieron como los meses pasaban y la puesta a punto de las embarcaciones se alargaba.

Una vez listos ambos barcos, en los primeros safaris no contaban con equipos de submarinismo. Muy pronto tanto Philippe como Ásim vieron que, con la movilidad que tenían, y que ponía a su alcance fondos extraordinarios, era esencial incluir el submarinismo en los safaris para atraer un importante sector de la clientela. Pasados pocos años se comprobó que la fórmula era muy popular y ya a mediados de los 80 finalmente se botaron los primeros barcos dedicados exclusivamente al buceo, como el del italiano Raimondo Recordati  y Tashi, su bella esposa tibetana. Tashi es todavía buceadora en activo, pero su marido Raimondo, siempre jovial y entusiasmado con las inmersiones en Maldivas, murió en los años 90 víctima de un cancer fulminante.

Al principio el gobierno Maldivo decidió restringir las visitas de los “safari tours” a los dos o tres atolones centrales del archipiélago. Los submarinistas que insistían así en ir a la aventura y visitar fondos poco explorados más lejanos tenían que ir primero del aeropuerto a la capital, Male’. Allí era obligatorio que pasaran una mañana en el Ministerio de Administración de los Atolones, donde previa entrega de los pasaportes se les facilitaba un permiso para visitar tal atolón lejano por una semana o dos. Normalmente no habían problemas y el permiso se facilitaba, pero la expedición del permiso tardaba cuatro horas, porque lo tenía que firmar el director, el cual por alguna razón siempre tardaba en llegar a su oficina y en dignarse a mirar los papeles. Para un submarinista recién llegado, cansado del largo viaje a Maldivas, estar cuatro horas en Male’, donde había poquísimo que ver y que hacer, aparte del pequeño museo y la obligada visita a un “Tea Shop” local, entrañaba una aciaga espera.

La causa de las restricciones era que el gobierno no deseaba que se extendiera el turismo a zonas alejadas de la capital, donde los funcionarios de Male’ temían que la larga mano de su control no alcanzara. Una excepción fue Kuredu Island Resort, fantástico lugar de concentración de amantes del submarinismo, que se estableció a una distancia considerable de la capital al norte del aeropuerto de Hulule, en un atolón en el que no habían otras islas turísticas.

Por fortuna en los años 90 las leyes que centralizaban el turismo se relajaron. Así se permitió a los turistas visitar los atolones sin tanta restricción y se abrieron islas turísticas en atolones más lejanos. Con la entrada en escena de las líneas aéreas domésticas que utilizan hidroaviones Twin Otter, todos los rincones del país se han puesto al alcance del turista.

 

Xavier Romero-Frias

© www.escafandra.org

 

 

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